lunes, 24 de febrero de 2014

¡GANANCIA, GANANCIA, GANANCIA!

Al evidente problema que representa la inflación para llegar a fin de mes se le suma el tener que escuchar tanta boludez al respecto. Las discusiones en torno a la inflación, las echadas de culpa entre un sector y otro de la burguesía, no son más que la coartada de su verdadera disputa de fondo: cómo se reparten el fruto de la explotación que sufrimos a diario, quiénes se ven más beneficiados de esta constante intensificación de la explotación. No es novedad para nadie que desde hace años los precios vienen aumentando a una velocidad mucho mayor que la de los salarios, disminuyendo por lo tanto el poder de compra, el salario real.

Luego de la última gran crisis económica de la región en 2001, la tasa de inflación se estabilizó en el año 2004 y permaneció en un dígito hasta 2008, año en el que aumentaron notoriamente los precios y comenzaron a observarse diferencias sustanciales entre los índices del gobierno y los de las diversas consultoras privadas. Contra el 10% que venía afirmando el INDEC, éstas señalaban una tasa del 25%, mucho más cercana a lo que percibimos cotidianamente. Para este año el panorama es aún mas oscuro, ya que el gobierno admitió un 4% de inflación durante el mes de enero, lo que según las proyecciones anuales significaría más de 45% de inflación en 2014.

El Estado, sea a través de los sindicatos, sea a través de las fuerzas represivas (que en muchos casos se confunden), se ha encargado de mantener a raya al proletariado en sus luchas contra estos aumentos de la explotación. El sindicato, órgano vital del Estado burgués, encubre bajo las luchas por el aumento del salario la verdadera esencia de lo que se negocia: el precio de la fuerza de trabajo para asegurar una conveniente tasa de ganancia. Sus representantes, que tanto advierten ahora acerca de la disminución del salario real, vienen arreglando aumentos salariales escalonados que a fin de año resultan irrisorios, y por mucho que prometan, sabemos que en estas paritarias lo van a hacer nuevamente.

Cuando se busca dar explicaciones se recurre a “la economía nacional”, a “la situación de los argentinos” o “la situación del país” para negar que existen clases sociales, para hacernos creer que todos sufrimos por igual: gobernantes, empresarios, patrones y también los explotados y oprimidos.
Se culpa al sector agroexportador por especular con el precio del dólar para vender sus productos, frenando así el ingreso de dinero a la Argentina. Se culpa a los mayoristas y a las cadenas de electrodomésticos y supermercados de aprovechar la situación y especular desmedidamente con el stock y los precios. Se culpa al gobierno por sus políticas proteccionistas y por no poder controlar el precio del dólar. Las industrias se quejan de los aumentos de los insumos y aumentan los precios de los productos, pero no así los salarios. En otros casos, se responsabiliza a los bancos y al sector financiero por ser los causantes de las crisis actuales.

Nos invitan entonces a ir a controlar los precios a los supermercados. Nos invitan a protestar mediante las urnas en las próximas elecciones. Nos invitan a ajustarnos el cinturón. Nos invitan mediante hambre y violencia a ser pacíficos ciudadanos. Así, mientras los burgueses continúan compitiendo entre sí por la mayor ganancia posible, pretenden que los proletarios nos identifiquemos con tal o cual sector.
En este sentido, el sector industrial suele lograrlo con mayor facilidad presentándose como el sector productivo, “el que trabaja”, en contraposición con los “especuladores” de bancos y comercios, que “solo generan ganancias de los intereses y de comprar barato y vender caro”. Esta cuestión merecería un texto aparte para ser profundizada. Aquí lo esencial es, por un lado, que la producción capitalista no puede disociarse, que el comercio y el crédito son fundamentales para la dinámica capitalista en su conjunto, tanto como la producción; y por el otro, que el proletariado no tiene intereses comunes con ningún sector particular de la burguesía y debe enfrentarla como lo que es: una clase, pese a sus disputas internas, que no tienen que despertarnos ninguna simpatía o antipatía.

De hecho, cuando los enfrentamos, los burgueses dejan momentáneamente de lado sus intereses particulares y apuntan todas sus armas contra nosotros. Nos tiran, encarcelan y obligan a exiliar, como sucedió con la última gran oleada de luchas proletarias  en los ‘60 y ‘70.

Dicen los que “la vivieron” que a fines de los ‘60, en el apogeo de estas luchas, el precio del alquiler de una vivienda para un trabajador equivalía a un cuarto del salario medio, y que en estos 40 años el poder de compra descendió mas del 70%. Fue en esa década cuando el Estado, bajo gobiernos dictatoriales y democráticos, y empleando grupos para-policiales, profundizó su estrategia de represión física y legal sobre los sectores más combativos. Tendencia que aún se mantiene con miles de procesados, represiones y persecuciones, siendo el caso de los petroleros de Las Heras uno de los ejemplos más terribles y recientes. Los gobiernos progresistas pretenden esconder esta esencia represiva del Estado cambiando algún detalle y presentándolo como benefactor. Así, por ejemplo, nos dicen que algunos productos en ciertos supermercados tendrán sus “precios cuidados” y pretenden que no solo sus soldaditos se encarguen de controlarlos sino que también se comprometa la población en general.

Lo más lamentable es que a estas campañas del gobierno se suman campañas no oficiales como los “apagones de consumo”, lo que demuestra que las burlonas medidas del gobierno se apoyan en una previa confusión que existe en torno a la esfera de la comercialización y el consumo. A la ilusión de que la política puede dominar la economía se le suma la ilusión de que la demanda puede controlar la oferta, de que los consumidores pueden determinar las mercancías que se deciden producir y su precio. ¡Si la democracia es la expresión política de la economía capitalista! ¡Si mediante la publicidad nos enseñan a necesitar lo que producen! ¡Si la producción capitalista no depende de las necesidades humanas sino de la ganancia!

En el momento en que el ciudadano indignado se descarga la última aplicación del gobierno para chequear con un moderno celular los precios del supermercado, o en su defecto supone que con más democracia se pueden bajar los precios, es cuando deberíamos hacernos algunas preguntas.

Los aspectos ocultos del salario

No podemos ignorar la disminución de la calidad de los alimentos, la obsolescencia programada de los artefactos electrónicos y todas las implicaciones destructivas para la salud y el medio ambiente que esta situación conlleva.

Al aumentar la productividad con innovaciones técnicas industriales, los capitalistas logran bajar los costos de producción de cada mercancía individual. Pero sabemos bien que su precio de venta no disminuye tanto como disminuye su costo de producción y que los salarios no aumentan en la misma medida en que aumenta el valor que producimos en el mismo tiempo de trabajo. Así, se incrementa notablemente la ganancia del capitalista. Su único problema es que ahora tiene más mercancías que vender. La respuesta, claro, la dan los consumidores, televidentes sometidos a una intensa terapia de manipulación de sus deseos que se creen dueños de la economía.

Nuestros salarios, entonces, no solo disminuyen en relación al aumento de precios (disminución del salario real), sino que además -y de forma socialmente encubierta- disminuyen permanentemente respecto a la propia dinámica capitalista de acumulación (disminución del salario en relación a la plusvalía).
Por lo tanto, caen por la borda de manera estructural todas esas mitologías del posible bienestar de los obreros bajo el Capital.

Estas constantes transformaciones en la producción, que cada vez se acentúan más, responden a la búsqueda de cada vez mayor ganancia y nada tienen que ver con las necesidades humanas. Es por eso que en estas innovaciones productivas poco importa cuánto se degrade el medio ambiente o la salud de los trabajadores. En el capitalismo el ser humano es esencialmente fuerza de trabajo y la naturaleza un recurso, ambos igualados a insumos para la producción sobre los que se especula en base a la ganancia. La especulación está en la esencia del capitalismo así como sus rutinarias crisis, el malestar, la destrucción, la desinformación y las falsas promesas de un mundo mejor que no precisaría de la destrucción del sistema capitalista de producción.

Pero, ¿a qué apuntamos con todo esto? ¿A exigir entonces una disminución de los precios, un aumento de la calidad de los productos con precios estables? ¿A un aumento del salario real? ¿A un cambio generalizado de los hábitos de consumo? Estas propuestas, si bien al menos captan mejor el problema, no son más que meras fantasías  en el mundo de la mercancía y el trabajo asalariado. Todas estas transformaciones que describimos son necesarias para la continuidad del capitalismo, no son simples excesos que podamos frenar. Quizás podamos limitarlos un poco pero ¿hasta cuándo vamos a seguir haciendo listados de injusticias y desigualdades sin apuntar directamente a las causas estructurales?

Las necesidades y deseos humanos deben ir en directa contraposición a las necesidades del Capital. O continuamos sufriendo con su desarrollo o buscamos una nueva vida sobre su tumba.

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