lunes, 24 de febrero de 2014

LA GENUINA FUNCIÓN DEL DEPORTE

Entre el 7 y el 23 de febrero del corriente se celebran en Sochi, Rusia, los XXII Juegos Olímpicos de Invierno. Lo que a ojos de la modernidad es una celebración de fraternidad internacional y paz mundial esconde efectivamente tras de sí un festejo de guerra, muerte y dominación capitalista.
 
En su interesante libro de 2011: «Citius, Altius, Fortius», de Editorial Pepitas de Calabaza; Federico Corriente y Jorge Montero desarrollan el nexo histórico de dominación que une desde sus inicios a eventos como las Olimpiadas y el Mundial de Fútbol con la dinámica imperialista del Capital mundial. Esta ocasión no es la excepción y brinda elementos de sobra para condenar una práctica por demás nefasta.
Durante la década del 80, en la fase final de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, dos Juegos Olímpicos, celebrados en 1980 en Moscú y en 1984 en Los Angeles, fueron boicoteados respectivamente por el bloque antagónico. Uno era el llamado primer mundo, el del Capital vertiginoso y transparente, y el otro, el segundo mundo, el del Capital ocultado bajo una capa de ideología y falsificado mundialmente como comunismo. Esta utilización política de eventos deportivos no fue la primera y de seguro no será la última, como claramente demuestran Corriente y Montero en muchos ejemplos a lo largo de su libro.
 
Sochi es una ciudad turística que se encuentra en el Cáucaso, una de las regiones del mundo con mayor diversidad cultural y una importancia étnica e histórica superlativa para la especie humana. Reúne dos características inusuales, ya que posee playas de veraneo en el Mar Negro y a escasos kilómetros se asientan centros de esquí. A pesar de esto, es curiosa su designación como sede de este evento, ya que la Federación Rusa podría elegir infinidad de localidades más propicias para celebrar el atletismo invernal.
Para realizar este evento, Rusia invirtió 50 mil millones de dólares, convirtiéndolos en los Juegos de Invierno más costosos de la historia (más que todos los anteriores juntos). Una importante parte de este dinero se destina justamente a maquillar una ciudad de veraneo como centro invernal, generando nieve artificial e infraestructura inexistente en una ciudad con picos de 40ºC en el mes de julio. Sorprende entonces esta determinación, hasta que comenzamos a recordar que esta región fue el escenario de casi 10 conflictos armados en los últimos 25 años y que, aún hoy, la insurgencia jihadista (musulmanes sunnis que quieren crear un emirato árabe en el Cáucaso con imposición de la sharia) continúa atacando posiciones rusas a casi 5 años del fin de la Segunda Guerra Chechena.
 
Luego de la disolución de la URSS en 1991 la capacidad imperial del capital ruso decayó considerablemente, así como su prestigio y su posición como árbitro  internacional. De ser el segundo Estado mundial con mayor injerencia y capacidad imperialista pasó a ser simplemente una potencia regional subimperialista que encima sufriría durante gran parte de los ‘90 una importante crisis económica de su mercado interno. El proyecto de recuperación, encabezado por el nacionalista Vladimir Putin, hizo énfasis en la concentración de los hidrocarburos de la región, lo que significó pacificar las regiones que históricamente presentaron objeciones a su inclusión en la Federación Rusa, especialmente en el Cáucaso.
 
Sochi es entonces -como los hipermodernos rascacielos de la reconstrucción de Grozny, Chechenia- el símbolo de la dominación. Dominación rusa sobre naciones y credos beligerantes. Dominación humana frente a la naturaleza, mediante la destrucción de miles de hectáreas de bosques y áreas de biodiversidad para celebrar una olimpíada financiada con millardos de petrodólares. Dominación sobre etnias, como la de los Circasianos, que sufrieron un genocidio y fueron expulsados de esos territorios durante el siglo XIX y convertidos hasta la actualidad en pueblo errante, que sufre, ahora en Siria, otra contraposición ajena entre Estado y Jihadistas. Dominación del cuerpo humano por el deporte, una contemporánea actividad fruto de la división social del trabajo y la exacerbación de la cultura física. El deporte admite la atrofia de los cuerpos de niños, el dopaje que genera adicciones y cánceres y el consumo de cantidades insólitas de proteínas, vitaminas y minerales en busca de los récords y las fotos que maravillarán a los que carecemos de la habilidad para realizar tales hazañas. Ni hablar de su función embrutecedora en estadios, programas televisivos y como nueva religión de sociedades destrozadas culturalmente, como vemos diariamente en las ciudades de nuestra región.
 
Recientemente en este boletín publicamos un material acerca del Dakar 2014, el Rally Raid que se inició en Rosario. En él criticábamos abiertamente al deporte, lo cual generó algunos debates con compañeros que mencionaban su desacuerdo al respecto, aduciendo que el problema no es con el deporte en sí, sino con su utilización por la burguesía con fines de dominación social. Para intentar evitar esta confusión nos parece importante hacer una distinción entre juego y deporte; pudiendo ser el juego una expresión de humanidad, lúdica, de disfrute de la corporalidad, de aprendizaje entre generaciones y de reproducción de la especie.
El deporte en cambio es, a nuestro entender, la manifestación de la dominación de clase del juego, emergiendo en el siglo XIX, principalmente en Inglaterra, como disciplinamiento del cuerpo y de las expresiones populares de diversión, capturando además la energía proletaria luego de las arduas jornadas de trabajo. El deporte es entonces juego disciplinado, transformado en actividad humana separada y valorizable, estandarizada, fragmentada, reglamentada y por último, codificable legalmente. Habiendo dicho esto: ¡Abajo el deporte! ¡Abajo las fiestas mundiales de la burguesía! ¡Viva el juego sin reglamentos!

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