sábado, 6 de diciembre de 2014

CHERNOBIL PARA TODOS

Entre el 17 y el 21 de noviembre se realizó en Bariloche la 16ta conferencia internacional del Grupo Internacional de Reactores Experimentales. Esta organización, que se reúne cada 2 años, es la vanguardia internacional científica en torno al estudio de la potencialidad de la fisión nuclear para uso de generación de energía.

No es ninguna novedad la intención del Estado Argentino en torno al desarrollo de la energía nuclear para uso comercial. Durante julio, en la visita de Putin, Cristina Kirchner declaraba «nuestro país es líder en generación de energía nuclear con fines pacíficos, y líderes no sólo científicos sino también en materia de no proliferación». Es tranquilizador saber que vivimos bajo el control de unas Fuerzas Armadas que actualmente aspiran solamente a comprar aviones caza y bombarderos israelíes, y no a armarse nuclearmente.

En los pasados días hubo además una declaración de los países del Movimiento No Alineado: «El MNA acentúa el derecho básico e inalienable de todos los países a desarrollar, investigar, producir y utilizar la energía atómica para fines pacíficos, sin ninguna discriminación y conforme a sus compromisos legales». Pareciera que ninguna burguesía nacional se quiere quedar sin la posibilidad de tener su propio Chernobil. En esta cruzada, están incorporando a premios Nobel y a ambientalistas que afirman que la energía nuclear brinda un apoyo considerable a la lucha contra el calentamiento global. ¿Será por esta razón que hace décadas que nos bombardean con esa baratija ideológica, con ese falso objetivo reformista?

Hace poco más de un mes se anunció que la Central de Fisión Nuclear Nestor Kirchner–Atucha II alcanzó el 75% de su máxima potencia esperada (525MW). Esta central, cuya construcción estuvo paralizada durante más de 20 años, recomenzó sus obras en 2006, y su conclusión a principios de este año fue motivo de celebración en las figuras del gobierno y de la burguesía industrial de la región.

En estos tiempos oscuros, en donde la ciencia ocupa el lugar que antaño tenía el catolicismo, y con la razón en la mano como la fe de sus predecesores, es sano para los proletarios que hagamos memoria de las luchas de nuestra clase contra la alienación, la destrucción del medio natural y la proliferación de tecnologías que claramente se escapan al control humano y se vuelven contra nosotros.

Recordamos cuando el proletariado del País Vasco pudo frenar la construcción de la central nuclear de Lemoniz en 1984, luego de años de luchas sociales generalizadas. No nos olvidamos tampoco del asesino Felipe González y de su genocida Partido Socialista Obrero Español que, en una deleznable jugarreta política, firmaron la moratoria nuclear, intentando llevarse los laureles de la valiente lucha proletaria.

También, en 1981 en Alemania, centenares de manifestantes atacaron a los policías que vigilaban el sitio de construcción de la central de Wackersdorf. Dos años después, la construcción fue abandonada.

En Italia, años de estrategia descentralizada de sabotajes sistemáticos al programa nuclear del Estado vieron sus frutos cuando, en 1990, luego de la controversia que siguió a Chernobil (1986), se cerró la última de las 4 centrales de ese país. Cabe remarcar que una perspectiva de lucha similar se lleva a cabo actualmente por decenas de grupos anarquistas y autónomos contra los Trenes de Alta Velocidad.

Hace más de tres años ocurría, luego de un terremoto y subsecuente tsunami, el desastre de la estación Fukushima I en el centro de Japón. Hasta el día de hoy la burguesía no puede dar versiones certeras de la verdadera magnitud del desastre. Nunca sabremos con certeza el número de muertos y heridos y la cantidad de matería filtrada a las napas y al Oceano Pacífico.

Nuestra única posibilidad de terminar con este magno desastre es desarmar, no las centrales y las armas nucleares, sino a la burguesía. Terminar con este horroroso reino de la ciencia, la tecnología y la razón burguesa para construir una relación íntegra de la humanidad comunista con su entorno, revinculándonos con la vida y decidiendo colectivamente y sin la injerencia de mercados y monedas cómo queremos que sea nuestro alimento, nuestro hábitat y la energía que necesitamos.

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