domingo, 7 de febrero de 2016

EL ESTADO Y EL CAPITAL

Hoy nos encontramos sometidos a un miedo apocalíptico, impulsado por todas las fuerzas de la burguesía, desde las progresistas de izquierda hasta la derecha conservadora. Cada cual apuntando a un enemigo diferente al que habría que temer o al menos mantener a raya, de tal modo que unos y otros intentan dirigir nuestra atención hacia sus intereses particulares, alejando el foco del antagonismo de clase que realmente determina nuestras vidas.

Como se reflexionaba en el último número de La Oveja Negra, los discursos en torno a la catástrofe alimentan el temor y la competencia entre los seres humanos. Pero, además de eso, la constante imprecación de que «todo se va a poner peor» nos reserva el lugar de víctimas impacientes ante un desastre irremediable. Nos asustan con el resurgimiento de los economistas salidos del compendio neoliberal, con endemoniadas redes de narcotraficantes, con mafias de ñoquis que cobran sueldos millonarios de nuestros impuestos, con tarifazos, con represión y censura, con pandillas de chorros que habitan los extramuros de nuestras ciudades, dispuestos a todo para despojarnos de nuestras miserables posesiones.

Y no es que nada de esto no esté aconteciendo, de hecho lo está, pero de un modo mucho más normal de lo que nos lo presentan, pues tal es la constante del mundo que vivimos, un mundo cuyas fronteras son mucho más amplias que el territorio administrado por el Estado Argentino. El capitalismo y el Estado siguen operando con su dinámica, cambien los gobiernos o las leyes: nuestra crítica no es una rabieta contra la autoridad, es parte de la necesidad de develar la raíz de la sociedad que nos limita a ser estos seres complacientes ante una vida que tememos.

A la fecha se habla de 12000 a 18000 despidos de trabajadores en el ámbito estatal bajo la nueva administración nacional y de los gobiernos provinciales y municipales; una realidad que pareciera abrir una brecha social y ser el foco de nuevas protestas contra el actual gobierno. Sin embargo, estas protestas se suman a un conjunto de otras luchas particulares promovidas desde sectores del kirchnerismo. Luchas que se tornan ajenas para el conjunto de nuestra clase, dejando su dirección al ámbito de la política burguesa y sus mezquinos intereses de poder.

Hay que ser claros, porque quedarse con la idea de que los despidos al interior del Estado operan como mera venganza política, como una señal de vía libre a los privados para que actúen del mismo modo —o cualquier otra consideración que haga de la presente sociedad un monstruo inabarcable—, es una comprensión miope, hecha al gusto parcial del “buen burgués” que pretende vendernos su fórmula de la salvación. Si nos conformamos con estos espejitos de colores por los cuales se nos invita a sumarnos a luchas directamente burguesas (despido de Víctor Hugo, encarcelamiento de Milagro Sala, etc.), nos estaremos alejando irremediablemente de la verdadera lucha por nuestras necesidades, de la lucha contra el Capital.

Variados son los discursos dominantes acerca de la actual situación económica. Por un lado, las alabanzas al crecimiento industrial, el regreso del país a la condición de emergente, reposicionándose nuevamente de manera favorable en el mercado mundial: «venimos bien, pero todavía falta». Por el otro, las críticas a la ineficiencia del aparato estatal, la corrupción y la falta de inversión extranjera. Entre medio algunas vocecitas piden mayor participación de los trabajadores en la ganancia, más sindicalización… Ninguno, obviamente, supera los limitados márgenes de la economía nacional.

Como si el árbol tapara el bosque, no se percibe que existen condiciones mundiales objetivas, como puede el considerable declive del precio de las commodities que se producen en la región —principalmente la soja, pero también el petróleo—. Declive que provoca la disminución de la tasa de ganancia media en la zona y, consecuentemente, que todos los rimbombantes proyectos energéticos se paralicen, así como la reducción de los sectores no productivos del sistema económico. Y todo esto a pesar de los deseos de tal o cual presidente, sea Macri, Kirchner, Obama o Rousseff. No es ni la primera ni la última vez que el Estado, en esta región, se ve empujado a contraerse.

Lo que es entendido como avaricia, ambición o maldad personal, es la dinámica misma del Capital, que aspira sin parar a una máxima valorización de sí mismo, a ser cada vez más y más. Los capitales particulares se van reacomodando según varíe la tasa de ganancia de los diversos sectores de la economía. Es un movimiento constante de huida desde los de baja a los de alta rentabilidad, durante cuyo proceso los capitalistas minimizan los gastos, intensificando la explotación, extendiendo la jornada laboral, reduciendo la calidad de lo producido y la cantidad de productores. Y esta dinámica la experimentamos de forma similar tanto quienes trabajamos en empresas capitalistas como en la administración del Estado.

Entonces, situar los despidos que se están ejecutando en el Estado por fuera de la realidad económica mundial —y de la particularidad con la que esta región es parte de ella— es una verdadera necedad que termina defendiendo la ventaja económica particular de un sector de los trabajadores en desmedro de la explotación general de la clase proletaria. En las falsas protestas ante los despidos, ceses de contratos precarios y jubilaciones forzadas de miles de trabajadores, no podemos seguir el juego de despreciar a esos trabajadores identificándolos como “ñoquis” o de defenderlos como “perseguidos políticos”; es necesario tener claro que la inestabilidad laboral y la pauperización de los proletarios es parte esencial del Capital.

En estos últimos 15 años, vimos cómo la burguesía salía airosa de una crisis económica y social profunda. Respondiendo adecuadamente a las necesidades del Capital mundial se expandió el Estado. Se pactó con los movimientos sociales reformistas dejándolos asumir circunstancialmente la gestión de planes sociales y fuentes de trabajo. Se subsidió a fábricas recuperadas y a capitalistas industriales fieles al gobierno, mientras se estabilizaba el tipo de cambio para que tanto el agro como la industria tuvieran posibilidades de crecimiento. Creció el empleo en el sector privado así como las fuentes de trabajo en la administración estatal, para garantizar, gestionar y distribuir toda esa creciente masa de plusvalor que se producía.

Todo este movimiento tuvo un profundo sentido histórico y formó parte de una compleja estrategia de múltiples sectores burgueses, pero es indisociable del contexto mundial que lo permitió. Hace algunos años, ese contexto comenzó a transformarse, y si recién hoy lo comenzamos a sentir, se debe una vez más a la astucia de la burguesía. Ésta, con previsión, construyó una polarización política sin precedentes, cercando el problema únicamente a la cuestión de gestión, confinándolo a un problema local y nacional.

La contracción que indudablemente se va desencadenando en la economía y en el Estado es vista por la burguesía no sólo como una reducción de sus colosales ganancias de ayer, sino también como un posible hervidero de conflicto social, de protestas y malestar. Y es por esta razón que fue tan previsora, que montó el circo tan eficazmente.

Ahora la cuestión es si vamos a seguir siendo víctimas del espectáculo, si vamos a seguir expectantes frente a todos estos payasos, ilusionistas y malabaristas de la política, o si vamos a reconocer la causa y la gravedad de la situación, el horizonte de pauperización y conflicto que se avecina.

Este panorama nos coloca como cuerpo social, como clase, en el centro del conflicto. Es la lucha que podemos dar contra esta realidad la que nos hermana como proletarios; es contra la raíz de esta sociedad que nos torna sus esclavos egoístas y temerosos que debemos enfrentarnos, mas no por las ventajas particulares que hemos perdido como asalariados, ¡y jamás por la protección de los privilegios de la burguesía!

En el transcurrir de la normalidad capitalista lo precario de nuestras vidas se oculta y resulta casi imperceptible, casi natural. El deseo de otra vida posible queda escondido entre las mazmorras de la moral burguesa que predica el conformismo de un trabajo estable que, sabemos, sólo es posible limitada y parcialmente en esta sociedad, y que en última instancia, no nos depara nada más que nuestra existencia en tanto asalariados.

Es esta existencia la que nos agobia, estas condiciones de vida que otra vez se nos volverán un poco más duras. Y más agobiante aún se vuelve todo cuando ni siquiera podemos compartir esto con los compañeros de trabajo sin la mediación del espectáculo. Cada conversación está envuelta por una densa capa de normalidad, televisión, “redes sociales” y falsas polarizaciones de poderes, que en última instancia, se nos volverán siempre en contra. La desazón se redobla, pero la necesidad de ir más allá de esta realidad también.

Y sin duda intentamos hacerlo reflexionando sobre nuestros problemas como proletarios, para acercarnos a la raíz de estas condiciones y exponerlas para convertirlas en fuerza social. Sabemos, sin embargo, que superarlas requerirá más que reflexiones como esta. Nuestra intención no es ser una voz más en el mercado de las opiniones políticas, ni realizar el enésimo y descontextualizado llamado a la unidad de clase. No buscamos seducir, comprar o liderar voluntades proletarias, ni consideramos que la teoría revolucionaria sea una precondición de la “verdadera” lucha.

Somos simplemente explotados que, luchando contra esta condición, la conocemos más y viceversa. Somos explotados y queremos dejar de serlo, ayer, hoy y siempre, porque los ajustes y los movimientos del Capital que sufrimos en carne propia, los sufrimos porque desde el vamos —y como también desarrollabamos en el texto de tapa— somos desposeídos. Porque, parafraseando una canción, sobamos el lomo para que otro doble sus bienes. Porque para sobrevivir no nos queda otra que vendernos a la lógica ciega del dinero que no ve en nosotros más que la posibilidad de su crecimiento. Lo que tenemos que ver nosotros, en cambio, es que esa posibilidad es la misma que tenemos de destruir su lógica y liberarnos del trabajo para siempre.

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