lunes, 25 de abril de 2016

¿QUIEREN MAYOR INFAMIA?

«Se necesita fuerza armada para proteger a los ricos, y el dinero para sostener esa fuerza armada sale de nuestro sudor; de manera que tenemos que deslomarnos trabajando para enriquecer a los patrones, y tenemos que deslomarnos para pagar soldados, gendarmes y rurales que cuiden las riquezas que nos han robado los ricos. ¿Quieren mayor infamia?» (Ricardo Flores Magón, La barbarie de la civilización burguesa. Regeneración, núm. 54, 9 de septiembre de 1911.)

Cuando «hay que ajustarse los cinturones para cuidar entre todos el lugar de trabajo en tiempos difíciles» escuchamos las propuestas de austeridad como cuentitos amables. En los lugares donde trabajamos para vivir nos ha tocado, o ya nos tocará, tener que soportar a los patrones o sus emisarios hablando de la empresa como un “nosotros” que incluye desde el dueño hasta el último asalariado del lugar. ¡Cómo sentir como propio lo que justamente nos enajena todos los días de nuestras vidas!

Desde las presidencias que se vienen sucediendo oímos el mismo cuento, que hay que esperar y ajustarse... uno, dos o diez años más. Que vamos a salir todos juntos como una misma nación, nos dicen. Esta promesa eterna de un futuro mejor para perpetuar la miseria, que suele ser más evidente en los lugares de trabajo, se presenta como más confusa cuando sale de la boca de los políticos y el Estado, quizás porque «todos somos argentinos». El Estado se presenta siempre como algo neutral que puede servir a los intereses del “pueblo” en su conjunto, e incluso en los más duros contextos dice ser el único que puede ayudarnos y que debemos luchar por él y a través de él.

Dijo la anterior presidenta que para cambiar el modelo de país hay que «organizar un partido político, presentarse a elecciones y ganarlas». Los nuevos sádicos que nos gobiernan hoy le han hecho caso y reciben de la anterior gerencia una población disciplinada por y para el Estado y sus instituciones.

Pero esta disciplina no significa simplemente formar parte del circo electoral, sea con los partidos tradicionales o con la última organización–social–devenida–en–instrumento–electoral, significa pensarnos como parte del Estado, pensar la solución a nuestras condiciones de vida en relación directa a la política y economía nacional.

Aun hay mayor infamia que mantener a los ricos y cuidarlos de nosotros mismos: suponer que somos parte de una misma comunidad, que el Estado somos todos, que no hay un ellos y un nosotros, que cuando los cuidamos a ellos nos cuidamos a nosotros mismos.

Y si «el Estado somos todos», sólo nos queda confiar en los especialistas. A los explotados nos imponen las conversaciones de pasillo, las quejas en la cola del supermercado, a la espera de que los especialistas en política, economía o medioambiente nos salven del malestar generalizado. Atrás quedó el «que se vayan todos, que no quede ni uno solo», perdido en los recuerdos de una nación ignorante e irresponsable dicen los que saben... los que saben como gobernarnos y no quieren que los echen a patadas.

Si bien se suceden paros y reclamos con algunas reivindicaciones salariales en algunos puntos del país, hoy, lamentablemente, reina la pasividad en casi la totalidad de la población explotada. Una pasividad rezongona... pero pasividad al fin. Aparentemente, en una situación de tanta gravedad no se puede simplemente luchar por aumentar nuestros salarios y bajar el costo de vida, frenar los impuestazos y las medidas represivas con organización y lucha contra y fuera de partidos y sindicatos. Eso sería para ignorantes e irresponsables que no aprendieron nada de estos diez años de buena gestión capitalista, ni saben esperar los resultados de esta nueva administración. Eso sería “utópico” nos dicen, cuando sabemos que la historia de nuestra clase se ha forjado mediante la fuerza y la imposición a la clase dominante. No olvidemos nunca que las pequeñas victorias que hemos obtenido a lo largo de nuestra historia, y hoy se presentan como obsequiadas por la burguesía, han sido conseguidas por la fuerza.

La realidad choca de lleno contra el “realismo”, contra el mal menor, contra el “lado bueno” del Estado y sus instituciones, pero parece no ser suficiente.

La dinámica del capitalismo es compleja, difícil es comprenderla y más difícil será su superación revolucionaria, pero el único punto de partida para todo esto son nuestras necesidades como seres humanos, escuchémoslas. Ahí residen todas las respuestas, de ahí surgen nuestras luchas, nuestras posiciones. No de una política crítica sino de la crítica de la política. No de una economía crítica sino de la crítica de la economía. Y por crítica no nos referimos a la queja de cola del supermercado o la denuncia sobre el papel. Nos referimos a la crítica práctica que hacemos como clase al romper las esperanzas estatales, cuando desbordamos las canalizaciones burguesas, cuando atacamos lo existente y, a sabiendas o no, construimos una nueva sociabilidad marcada por la lucha y no por el mercado. Ya lo hemos hecho a lo largo de la historia y a lo ancho del planeta, esto no es ninguna novedad ni una fórmula anticuada.

Hoy mientras padecemos tarifazos en todos los servicios, inflación en todos los precios, aumento general de los costos de vida, miserables aumentos de salarios y despidos masivos, los ricos gozan de sus paraísos fiscales que sostenemos nosotros mismos en este infierno mercantil. ¿Quieren mayor infamia?

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